Quienes en Recoleta empiezan a conocer a Martín Llaryora, deben apuntar que el gobernador cordobés es un hábil constructor de vías de escape. Esto se ve en la forma de administrar, prácticamente delegada en los ministros, pero sobre todo en su construcción política. El «darwinismo llaryorista» presume una competencia permanente entre las especies de su mundo: sobrevivirá aquel que mejor se adapte.
Mientras funcionarios del peronismo cordobés nutren el Gobierno de Javier Milei y el propio Llaryora promete «gobernabilidad», el mandatario cordobés abre esas brechas para escapar en caso de emergencia.
Por un lado aparece el rechazo al esquema de retenciones. «Voy a defender la bandera de Córdoba, no esperen de mí que apoye a las retenciones. Voy a estar al lado de los sectores productivos. Las retenciones son un error, es un camino donde ya se equivocaron otros. Las retenciones fueron, son y serán un pésimo impuesto y nos las vamos a acompañar», dijo Llaryora mientras aseguraba que no habrá por parte del PJ cordobés «palos en la rueda» al nuevo Presidente.
En paralelo, y mientras recorta salarios a funcionarios y choca con los gremios estatales por la caída de contratos en hospitales, Llayora marcó una línea divisoria respecto del parate de la obra pública: «La obra pública significa puestos de trabajo y más progreso para los cordobeses. Cuando muchos deciden parar las obras, nosotros decimos que Córdoba no para», dijo el cordobés en la inauguración de obras en el interior provincial.
En un mismo sentido, Martín Gill, el ex secretario de Obras Públicas y flamante ministro de Cooperativas de la Provincia, aparece como la carta en la manga. Sin estridencias, Gill planea un ministerio que en un año arrasará con obra pública enfocada en la prestación de los servicios en el interior cordobés: conexiones domiciliarias de gas natural, tendido de fibra óptica para proveer conectividad y cloacas; todo hecho junto a cooperativas de servicios, entidades que conforman verdadero «estado paralelo» en lo profundo del territorio provincial.
«En tiempos tan difíciles como los que vivimos, donde imperan las decisiones más individualistas o personalistas, pensar en la comunidad que se organiza en formato de economía social es claramente apostar al desarrollo y a enfrentar este tiempo de dificultad con una esperanza diferente», dijo Gill en una reunión con cooperativistas, clara señal de diferenciación respecto del discurso libertario.
En ese marco, y mientras elabora una «herramienta» para brindar financiamiento diferencial a las cooperativas, Gill repite que «la herramienta del mercado o el sector privado, que se mueve naturalmente bajo parámetros de rentabilidad, suele ser escasa o limitada para llegar a los pueblos y comunas del interior del interior».
«Esto pasa con el acceso al crédito para la producción, el consumo y el desarrollo de emprendimientos innovadores, pero también con la distribución de los alimentos, la economía del cuidado, la atención de salud, discapacidad y adultos mayores, así como en las variantes de economía circular (reciclado y agregado de valor en el tratamiento de residuos), del mismo modo que en la generación de autoempleo organizado de manera social», dijo Gill a poco de asumir, desmarcándose de las ideas libertarias de Javier Milei.
Gill viene de ser el eje sobre el cual se articuló el peronismo nacional durante la campaña de Sergio Massa. Y pese a haber sido funcionario de Alberto Fernández, siempre se lo valoró dentro del peronismo cordobés como un cuadro indispensable.
Desde este nuevo lugar en el esquema de Llaryora, y con la red de intendentes que lo siguieron en la batalla imposible de representar al «kirchnerismo» en Córdoba, Gill se moverá como un antídoto de las políticas de iniciativa privada en reemplazo de la obra pública, pero también tendrá bajo su mando la relación con las «cooperativas de trabajo», el corazón de los planes de empleo y de la economía informal de los cartoneros. Peronismo duro por si Milei fracasa.