En Rama Caída, un pequeño pueblo de San Rafael, una familia de comerciantes decidió que la Navidad no pase de largo. Desde su comercio, el matrimonio Basualdo invita a vivir la magia.
En Rama Caída, donde todos se conocen y los días transcurren con ritmo de pueblo, la Navidad todavía tiene olor a cercanía. No llega solo en forma de luces o promociones, sino también a través de gestos pequeños que dicen mucho. En una carnicería del distrito, una urna de cartón se convirtió en símbolo de algo más grande: el deseo de que el espíritu navideño no se pierda.
La idea nació en la familia Basualdo, vecinos de toda la vida de Rama Caída. Adrián Basualdo es comerciante y dueño de la carnicería; su esposa, Verónica Maldonado, es docente de nivel primario en la escuela Comodoro Luis Pi. Junto a sus hijos, Mariano (14) y Rafael (12), desde hace diez años llevan adelante distintas iniciativas solidarias y comunitarias vinculadas a la Navidad.
“Somos una familia de Rama Caída, San Rafael, y desde nuestro lugar siempre tratamos de que la Navidad siga siendo algo especial”, cuenta Verónica. Esa convicción fue la que los llevó, este año, a sumar una propuesta diferente y profundamente simbólica: un buzón navideño abierto a personas “de 0 a 200 años”.
El buzón fue colocado dentro de la carnicería, un espacio cotidiano, de paso obligado para muchos vecinos. Allí, chicos, adultos y personas mayores pudieron dejar cartas, dibujos, mensajes, deseos o simplemente una expresión creativa relacionada con la Navidad. “La consigna era abierta. Podían presentar un dibujo, una manualidad o una artesanía, relacionada con el nacimiento, con Papá Noel o con lo que para ellos represente la Navidad”, explica Verónica.
La respuesta superó todas las expectativas. No solo participaron niños pequeños, sino también adultos y personas mayores que se tomaron el tiempo de sentarse, crear y dejar algo propio. “Había gente grande que se preparaba, que llevaba su trabajo con mucha dedicación. Eso nos emocionó muchísimo”, reconoce.

La iniciativa no surgió de la nada. Desde hace años, la carnicería ya funcionaba como punto de encuentro navideño. Allí habían colocado otras veces un buzón para que los chicos dejaran sus cartitas a Papá Noel, personaje que en Rama Caída tiene nombre y apellido: Adrián Basualdo. Cada diciembre, el comerciante se disfraza y sale junto a su familia a recorrer las calles del distrito repartiendo caramelos y sorpresas.
Pero este año quisieron ir un paso más allá. “La idea era aumentar el espíritu navideño, que no se pierda. Que la gente se sienta parte, que participe”, dice Verónica. Y agrega otro objetivo igual de importante: “También buscamos separar un poco a los chicos de las pantallas, que se reúnan en familia, que hagan algo creativo”.
La urna se transformó así en un espacio de encuentro silencioso pero poderoso. Cada papel guardado tenía una historia detrás. Un niño que dibujó a Papá Noel, una abuela que escribió un deseo, una familia que se sentó a crear juntos. “Todo eso después se muestra en el negocio, en las redes, y además tiene un premio”, cuenta.
Como cierre de la propuesta, todos los que participaron recibieron un regalo simbólico. “Entregamos un angelito hecho a mano por una mamá de acá de la zona, que hace artesanías muy lindas. Era una forma de agradecer y de devolver tanto cariño”, explica Verónica.
Nada de esto tiene fines económicos ni políticos. La familia es clara y firme en ese punto. “No lo hacemos con ninguna intención política ni económica. Lo hacemos porque nos sale del corazón”, afirma. La iniciativa se sostiene gracias a pequeñas colaboraciones de vecinos y familiares. “Mi suegro, Mariano Basualdo, que también es comerciante, nos dona caramelos. Algunas familias de la zona colaboran con golosinas. Todo es muy simple, muy genuino”.
La urna de 0 a 200 años funciona como una tradición. “Queremos enseñar que la Navidad es esto: el comerciante se disfraza y sale junto a su familia a recorrer las calles del distrito repartiendo caramelos y sorpresas.”, reflexiona Verónica.

El deseo de la familia es que la propuesta no termine en ellos. “Nos gustaría dejar un legado, que el día de mañana otras personas se sumen, o que continúen nuestros hijos. Que Rama Caída siga teniendo estas cosas”, dice.
Desde una carnicería de pueblo, sin grandes recursos pero con mucha convicción, los Basualdo lograron algo sencillo y profundo: abrir un espacio donde todos, sin importar la edad, puedan volver a creer, escribir, dibujar y desear. En Rama Caída, la Navidad no se guarda en una vidriera: el comerciante se disfraza y sale junto a su familia a recorrer las calles del distrito repartiendo caramelos y sorpresas.

































