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Fracaso mundial: la Conmebol, Concacaf y Estados Unidos no pueden volver a fallar

Desde los campos de juego modo-potrero hasta los escándalos entre uruguayos y colombianos, o en la previa de la final, todo fue caos.

“Será la Copa América más competitiva de la historia”, exclamaba el presidente de la Conmebol, Alejandro Domínguez, cuarenta y ocho horas antes del inicio del certamen en los Estados Unidos. Falso. No hay manera de elevar el nivel competitivo de un torneo si todos pueden ver las divisiones entre los panes de pasto en cada uno de los estadios, incluido el de la final.

El telón que expuso el grotesco se levantó antes del partido inaugural entre la Selección argentina y la de Canadá. La pelota no rodaba bien, porque los panes de pasto habían sido plantados la semana previa al inicio de la Copa América. “La cancha era un desastre”, sintetizó Lionel Scaloni. Y como la solución no iba a llegar, eludió al tema hasta la final.

El escándalo que sucedió después de que Colombia eliminara a Uruguay fue aperitivo para el desastre organizativo final. Ver a un grupo de futbolistas uruguayos rescatando a sus familias de una trampa, comparado con el ingreso de los hinchas al Hard Rock de Miami, se reduce a lo anecdótico. Conmebol y Concacaf, Estados Unidos como organizador, todos, recibieron a los fanáticos de manera brutal.

Tal cual había sucedido antes, durante y después de la última final única de Copa Libertadores entre Boca y Fluminense, hinchas con entrada, familias enteras, niños y niñas, fueron reprimidos y se quedaron fuera del Maracaná sin poder presenciar el partido. Conmebol no tomó nota. Tampoco “Estados Unidos”. Estampidas, violencia brutal, detenciones y colados, muchos colados, dejaron sin su asiento a la gente que pagó miles de dólares por una entrada. Es el fracaso más grande posible: lesiones, estafas, falta de humanidad.

Los hinchas sin poder ingresar al partido de la final de la Copa América. (Foto: Reuters)
Los hinchas sin poder ingresar al partido de la final de la Copa América. (Foto: Reuters)

“Se llevan más de un millón de tickets vendidos y se venderán aún más”, declamaba Domínguez antes de la Copa en la que, otra vez, gente con su QR en mano, rebotó contra un portón cerrado o un policía violento. Un escándalo.

Y vale un párrafo aparte para el otro fracaso, el que no está bajo el paraguas de la organización: el cultural. Miles de fanáticos, de un lado y del otro, con pasaporte de criminal, poniendo en riesgo la vida de cientos de personas, forzando corridas, violentando controles, pisando cabezas con tal de ingresar. Es cierto que existen maneras de reducir este impacto, anillos concéntricos, cacheos, lo obvio, tanto como la dolorosa realidad: el retroceso en ese sentido es tan notorio como el fracaso de la Conmebol y los Estados Unidos a la hora de organizar.

De cara a la próxima Copa del Mundo, Estados Unidos, “el país de la seguridad” (dixit Marcelo Bielsa en modo sarcástico) debe tomar nota, al igual que México y Canadá. No es con estos campos de juego, no es con este modo de ingreso. No es con sanciones a los técnicos si Shakira canta en los entretiempos, no es una hora y veinte más tarde el partido final. Y para Alejandro Domínguez, el grito es tan estridente como el de la gente que no pudo ver la final: no es con planos cortos ni propaganda panfleto, es con respeto y con seriedad, o no será.

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