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Los Pumitas, el barrio en el que mataron a Máximo Jerez y donde los pibes no quieren ser la próxima víctima

Una moto con dos muchachos se acerca a una mujer para gritarle en la cara: “Si siguen hablando, los matamos”. Una bicicleta cruza a un pibe en la canchita: “Hay balas para todos”.

El barrio Los Pumitas cambió de la noche a la mañana. El sábado 4 de marzo fue un día más en Rosario, pero a la madrugada todo se transformó: un auto bajó la ventanilla, disparó con una ametralladora y mató a Máximo Jerez, un nene de 11 años.

Los Pumitas está dentro de Empalme Graneros, una zona de gente trabajadora. “La mayoría de las personas son buenas, casi todas, pero en los últimos años avanzó mucho el narcotráfico”.

En Rosario se agudiza un problema nacional: a un modelo de vida inviable, sin trabajo formal ni urbanización en las barriadas populares, se le opone una lógica terrible. En cualquier pasillo hay un chico que por hacer de “campana” cobra entre siete y diez veces más por día que su papá albañil o su mamá empleada doméstica. Una vez que entró, hay dos caminos para él: termina preso o muerto.

La canchita de "Los Pumitas", donde habitualmente los pibes del barrio se juntan a jugar está vacía desde el asesinato de Máximo Jerez. (Foto: Lele Heredia / TN)
La canchita de “Los Pumitas”, donde habitualmente los pibes del barrio se juntan a jugar está vacía desde el asesinato de Máximo Jerez. (Foto: Lele Heredia / TN)

El sicariato, con las balaceras que muchas veces se llevan vidas, se hizo moneda corriente. Desde el domingo, el miedo se apoderó de hombres y mujeres. “Yo no sé qué hacer. No quiero que mis hijos salgan a jugar, pero con este calor es inhumano que estén en mi casa, que tiene el techo de chapas”, dice una vecina.

“Algunos nenes ya son más grandes y entienden todo: saben por qué no está Máximo y no quieren ser el próximo”, cuenta la mujer que prefiere refugiarse en el anonimato, como casi toda la comunidad.

La pelota ya no rueda igual y los gritos no se producen por alegría. Las estrategias comunitarias ahora llevan a que las mujeres se turnen para vigilar cómo juegan los niños. Las amenazas no bajan solo de una moto o una bicicleta, también surgen del miedo a qué puede pasar cuando caiga el sol.

El crimen de Máximo: el día que todo cambió en el barrio Los Pumitas

Al escuchar los tiros, la tía de Máximo corrió a auxiliarlo, mientras ayudaba a Alexis, su otro sobrinito, que también había recibido un impacto de bala. “Me muero, ayudame”, le decía. El chico se recupera en una sala del Hospital de Niños Zona Norte, mientras su familia no sabe cómo contarle que su hermano ya no está.

El domingo a la mañana ya no se veían pibes pateando la pelota en la canchita del barrio ni se escuchaba la música característica de las distintas casas: el silencio era ensordecedor, dolía. Y duele.

Barrio Los Pumitas, Empalme Graneros. (Leandro Heredia / TN)
Barrio Los Pumitas, Empalme Graneros. (Leandro Heredia / TN)

La comunidad inició una colecta con dos fines: pagar el cajón de Máximo y los colectivos para que 200 personas vayan al cementerio La Piedad luego del velatorio en el club Los Pumas.

Después de despedirse de Máximo, un nene “muy compañero, que siempre estaba con una sonrisa”, se desató la furia. Los vecinos cansados atacaron la casa del “Salteño”, el narcotraficante del barrio que tiempo atrás había prometido cuidar a la comunidad. Dos días más tarde, devolvieron los objetos que algunos se habían llevado.

Las fuerzas de seguridad, entre la confianza y la sospecha

“Acá nunca hay medios de comunicación ni policías. Cuando se vayan los periodistas, ¿cuánto van a durar las fuerzas de seguridad acá?”, cuestiona una madre. “No sabemos si estarán un día, dos o un mes, pero sabemos que se van a ir”, suelta otra. “Yo quisiera un destacamento acá, en la canchita del barrio, pero para ayudarnos sin que se zarpen”, desea la vecina que está sentada a la sombra.

“Perdonen que no queramos dar nuestros nombres ni que mostremos la cara, pero cuando las cámaras se apagan, nosotras ponemos el cuerpo”, explica una señora que mueve sus manos con cierta incomodidad. Mientras mira a unos pocos efectivos que quedan detrás de un arco de la canchita, reflexiona: “Necesitamos que la Policía se mueva, no que esté ahí parada. Que vayan y vengan, así nos sentimos cuidados”.

En el barrio Los Pumitas, como en cualquier otro del país, no hay tema de conversación más recurrente. Sin nombrar al narcotráfico, todos hacen alusión: “Nunca vamos a volver a ser los mismos, porque falta Máximo”.

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